Viene ocurriendo de forma recurrente en este país, y no hablo de los demás porque carezco de información suficiente para emitir un juicio de valor: algunos debates se dan por zanjados incluso antes de que comiencen. Ciertos temas, como el que hoy nos ocupa, no admiten ninguna discusión al respecto, puesto que hacerlo supondría situarse poco menos que en el eje del mal. No digamos ya defender la postura contraria a la mayormente aceptada. Aunque son muchos los ejemplos, voy a centrarme en uno que atañe a la temática de este blog: el uso de TIC (Tecnologías de Información y Comunicación) en el aula.
Donde un día fue todo tecno-optimismo, redes sociales que venían a salvar la democracia y tecnología que iba a disparar el género humano hasta límites insospechados, hoy solo queda desconfianza, paisajes tecno-apocalípticos y sentimiento de culpa cada vez que uno saca el móvil del bolsillo para mirar WhatsApp. Ya no queda espacio de opinión para defender las bondades que un uso responsable de la tecnología puede ofrecernos. No hay lugar para enumerar los beneficios que las TIC pueden tener en determinados espacios, como el educativo. Si piensas que es precisamente en el aula donde los ordenadores y las tabletas, usadas de forma responsable e inteligente, añaden un valor insustituible, mereces una orden de alejamiento de un kilómetro sobre la escuela más cercana.
Si se repasa la prensa generalista (de todo el espectro ideológico) encontraremos sorprendente el consenso que existe sobre el efecto negativo de las pantallas en el aula. Son constantes las noticias sobre estudios referentes al tema, las voces de supuestos expertos recalcando lo que parece de sentido común y los titulares alarmistas sobre cómo el uso de TIC es culpable del empobrecimiento de nuestro sistema educativo, que indicadores infalibles como el omnipresente informe PISA nos señalan. Resulta, cuanto menos, curioso que periódicos que parecen no ponerse de acuerdo ni sobre la receta de los huevos fritos, tengan una opinión tan concurrente sobre un tema tan complejo.
Veamos un reciente ejemplo. El diario El País ha publicado en los últimos días una noticia que ha animado las conciencias de todos aquellos que batallan por la noble causa de eliminar las “pantallas” de las aulas: “Los alumnos que usan poco la tecnología en el aula llevan medio curso de ventaja a quienes lo hacen todos los días”. Tratemos de obviar la vaguedad del concepto “usar poco la tecnología en el aula” y hagamos una lectura crítica para tratar de extraer algunas conclusiones. El artículo consiste en la lectura de un post de Substack que a su vez cita un informe realizado por las fundaciones ISEAK y COTEC sobre el impacto de la tecnología en la educación. Nada que objetar al periodismo hipertextual a golpe de clic. Sigamos analizando qué nos cuenta El País.
El titular, ligeramente tendencioso, nos remite al siguiente párrafo del artículo:
“Al mismo tiempo, una investigación causal impulsada por las fundaciones Cotec e Isek, publicada en una revista especializada en 2023, concluyó que los estudiantes españoles que son usuarios muy frecuentes de tecnología en el aula (que la usan todos o casi todos los días) presentan una penalización en la prueba de matemáticas de 22,5 puntos respecto a los que apenas la utilizan, lo que equivale a medio curso escolar.”
Sin embargo, el párrafo siguiente nos descubre la siguiente información:
“En el caso de España, no obstante, los resultados de la investigación reflejan que un uso moderado (de “varias veces al mes”) “se relaciona con un mejor rendimiento en matemáticas respecto a un uso escaso o nulo”. La diferencia entre ambos grupos aumenta en este caso hasta los 32,5 puntos.“
Vamos, que pasarse de frenada con el uso de las TIC es malo, pero suprimirlas por completo tampoco arroja un panorama mucho mejor. Quizás se podría haber escrito como titular “Los alumnos que no usan moderadamente la tecnología en el aula llevan casi un año de ventaja a quienes no la usan”, pero claro, eso no daría clics. Si continuamos indagando en el artículo encontraremos más información interesante:
“Los datos, prosigue Osés, tampoco les permiten responder a la pregunta de a qué se debe que un uso muy frecuente de la tecnología implique un menor rendimiento. Pero, como hipótesis, plantea que el efecto distracción “puede tener un papel importante, por afectar a su capacidad de atención y comprensión”, y que el hecho de tener que hacer “varias cosas a la vez, el llamado multitasking, también puede dificultar” el aprendizaje.”
Aquí empezamos a intuir que, quizás, el problema no sean las famosas “pantallas” —término quizá demasiado generalista—, sino algunos de sus efectos negativos, que pueden ser convenientemente tratados mediante una planificación correcta. Obviamente, el móvil no es bienvenido bajo ninguna circunstancia en un entorno educativo. Con respecto a otros dispositivos como ordenadores o tabletas, conviene controlar el acceso a aplicaciones no deseadas (RRSS, sistemas de mensajería, etc.) e instalar programas que ayuden a mantener el foco, como pueden ser Stay Focused o Hey Focus, entre muchos otros.
Para finalizar, el artículo nos deja unas interesantes reflexiones del autor citado sobre los estudios existentes al respecto del uso de TIC en el aula. Claro que, llegado este punto, es posible que muchos de los defensores de suprimir las pantallas en el aula para fomentar la lectura nos hayan abandonado ya. Es mucho pedir leer un artículo hasta el final.
“Gortazar señala que las actuales herramientas de evaluación y de investigación permiten analizar no solo cuánto se usa la tecnología en las aulas, sino hacer un examen más fino, como “qué tipo de herramientas tecnológicas se utilizan y con qué finalidades pedagógicas”. “El debate de pantallas fuera, pantallas dentro no creo que aporte nada a la mejora educativa”, añade Gortazar; “sabemos que la tecnología puede ayudar y puede no hacerlo, la pregunta es cómo””
Por si se les ha pasado por alto, les vuelvo a recalcar una de las las frases:
“El debate de pantallas fuera, pantallas dentro no creo que aporte nada a la mejora educativa”
Después de semejante ejercicio periodístico no cabe más que preguntarse: ¿es posible tener un debate sereno y profundo sobre qué tecnologías pueden mejorar la educación y de qué forma hemos de utilizarlas? Quizás sea demasiado pedir, pero nos ayudaría a plantear qué formación ha de recibir el profesorado para extraer de estas herramientas un valor añadido que permita mejorar los pobres resultados que, a todas luces, no se van a superar volviendo a las antiguas formas de enseñar.