La semana ha venido fuerte para los tecno-apocalípticos. Un estudio del MIT ha sacudido nuestras conciencias al encontrar una reducción de la actividad cerebral en los usuarios de LLMs (ChatGPT, Gemini, Claude…). Para simplificar, nos dicen que ChatGPT nos está volviendo más estúpidos a fuerza de delegar en él todas las tareas cognitivas.
El estudio tiene una metodología muy interesante. Se dió a un total de 54 participantes 20 minutos para escribir un ensayo sobre un tema. Se les dividió en 3 grupos:
Un grupo pudo usar ChatGPT para escribirlo
Un grupo pudo utilizar la web “clásica”, esto es Google
Un grupo tuvo que exprimirse los sesos para escribir el ensayo
Durante la actividad, se conectó a los participantes a dispositivos EEG que miden la actividad cerebral y los resultados fueron ¿sorprendentes?. El grupo que utilizó ChatGPT mostraba no solo una menor actividad, sino que, pasados unos minutos, eran incapaces de recordar aspectos concretos de lo que habían escrito.
Se seleccionaron 18 individuos para una sesión extra en la que se cambiaban las tornas. Aquellos que habían usado ChatGPT tenían que recurrir ahora a sus cerebros, y viceversa. El resultado, en este caso, fue que aquellos que en primera instancia no habían tenido ayuda digital, mostraban ahora una elevada actividad cognitiva al usar ChatGPT y una mejora en la capacidad de recordar lo que habían escrito.
Las reacciones no se han hecho esperar. Los autores se sabían tan a favor de la corriente que no han dudado en tener preparada una web informativa con todas las apariciones en prensa del estudio. Desde el New York Times hasta el último periódico de provincias han aireado este estudio académico como la prueba final de que nuestros miedos más profundos están a la vuelta de la esquina de cumplirse. En un alarde de darwinismo inverso, la tecnología nos está volviendo incapaces de pensar por nosotros mismos.
Demos un vistazo más profundo al estudio y reflexionemos sobre sus resultados. ¿De verdad nos sorprenden?. Cualquier tarea básica que entreguemos enteramente a una tecnología supone, en cierta forma, un atrofiamiento de nuestras capacidades intrínsecas. ¿Significa esto que las perdemos completamente?, parece mucho decir a juzgar por la historia de la humanidad misma.
Que se inventaran los mapas no nos convirtió en seres incapaces de orientarse, de la misma forma que la invención de los múltiples artilugios que potenciaban nuestras capacidades físicas (ruedas, poleas, molinos o bicicletas) no nos han convertido en unos enclenques incapaces de levantar un dedo.
Si nos atenemos a capacidades mentales, observamos el mismo patrón. La invención del libro no supuso el fin de la memoria, sino su adaptación a nuevos usos. La máquina de escribir no fue el fin de la escritura manual y ni siquiera los smartphones han podido freír nuestros cerebros, a pesar de sus múltiples intentos.La tecnología, una vez asimilado su uso y desarrollados sus limites y sus capacidades, sirve como elemento transformador y, en caso de una correcta adopción, como catalizador de nuevas capacidades.
No quiero con esto decir que cualquier tecnología es buena, ni que se deba aceptar todo aquello que los gerifaltes de Sillicon Valley han ideado para engordar sus cuentas corrientes. Hemos de tomar conciencia sobre el diseño tecnológico para así poder reclamar un uso más humano, que suponga un verdadero progreso en lugar de una amenaza. Si tragamos con todo lo que nos echen, en alas de un supuesto progreso, podemos incurrir en usos que ahonden en una sociedad más deshumanizada.
Como siempre repito, es nuestra tarea como padres y madres el educar a nuestros hijos para que el uso que hagan de la IA sea ético, educativo y constructivo. La clave de este mensaje se encuentra en la última parte del estudio, aquella que dice que la actividad cerebral más desarrollada la mostraron los sujetos que inicialmente escribieron el ensayo sin ayuda de IA y luego utilizaron los modelos de lenguaje para recibir feedback y propuestas sobre como mejorarlo. This is the way…
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